Los domingos por la tarde suelo aterrizar del fin de semana. A eso de las seis acostumbramos a ir al cine, como hoy, esas dos horas de película me aislan de todo, pero cuando llegamos a casa, sé que el lunes y la vuelta al trabajo están muy cerca. El Sr García se prepara la ropa del día siguiente, yo comienzo a pensar en la cena y en la tele abundan programas de zapping, son los signos inconfundibles del final de un domingo. (Por cierto, hoy he visto "crash" aunque es buena, la verdad es que no sé si recomendárosla)
Recuerdo mi primer viaje a Madrid, fui en autocar porque ya no quedaban billetes baratos de avión y el viaje de unas 8 horas se me hizo eterno. Fui solo pero me hospedaba en casa de un buen amigo que comenzaba a hartarse de esperarme en la estación. Quedaban unos tres kilómetros para llegar a la capital, todavía había luz y al final de aquella carretera se podía ver la inmensidad de Madrid. Sentí como si me dirigiera a la gran boca de un animal, como si la ciudad me engullera. Un autocar más hacia su centro con unas veinte personas no llegaba a ser ni un minúsculo canapé para un estómago tan grande. Madrid era una completa desconocida para mi y yo para ella, quizá por eso, como acostumbro a hacer con muchas personas, la rechacé desde un principio pasándome aquel primer día durmiendo en casa de mi amigo. A medida que avanzaron las horas me animé a descubrirla y dejé que me conociera.
Muchos lunes, ante la incertidumbre del resto de la semana, tengo una sensación similar.
Que la semana os digiera con gusto.
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